Colombia: un país de empresarios invisibles, resilientes y esenciales
En Colombia, ser empresario no siempre significa tener una oficina elegante, un logo o un
equipo de marketing. A menudo, significa abrir una tienda de barrio, atender clientes en la
sala de la casa, repartir pedidos en moto, vender desde el celular o tejer redes de confianza
en la comunidad. Eso también es hacer empresa. Y, sobre todo, eso es construir país.
Aunque muchas personas no se reconozcan como empresarios, lo cierto es que lo son.
Porque ser empresario no es solo tener un NIT o estar registrado ante la Cámara de
Comercio. Es tomar decisiones todos los días, asumir riesgos, resolver problemas, sostener
empleos e ingresos, y adaptarse constantemente al entorno.
Existe una diferencia clara entre emprender y hacer empresa. El emprendedor es quien
detecta una oportunidad y arranca con ideas, creatividad y pasión. Construye desde cero. El
empresario, por su parte, consolida esa idea, la gestiona con experiencia, estrategia y una
mentalidad analítica. Sostiene y escala. En Colombia, millones de personas hacen ambas
cosas a diario, y no se reconocen como tales. Es hora de cambiar esa narrativa.
Según cifras recientes de Confecámaras, en 2024 se crearon 297.475 nuevas empresas. El
72,3% fueron registradas por personas naturales y el 27,7% por sociedades. La gran
mayoría corresponde las MiPyMEs, que representan más del 99,5% de todo el tejido
empresarial y las microempresas representan el 93%. A pesar de una leve disminución en la creación de empresas frente a 2023, el
número total de empresas activas en Colombia alcanzó las 1.739.405, lo que representa un
crecimiento neto del 0,3% en el año.
Este tejido empresarial es mucho más grande de lo que solemos imaginar. Las micro,
pequeñas y medianas empresas —las MiPyMEs— representan el 99,5% de las empresas
en Colombia. Generan el 80% del empleo país, lo que equivale a cerca de 16 millones de
puestos de trabajo, y aportan aproximadamente el 35% del Producto Interno Bruto del país.
Sin ellas, simplemente no habría economía funcional en buena parte del territorio nacional.
Pero si queremos entender realmente la dimensión del fenómeno empresarial en Colombia,
debemos mirar también a los micronegocios. Según el DANE, hay más de 2,4 millones de
micronegocios activos en el país. Son pequeñas unidades productivas, muchas veces
informales, operadas por una o dos personas, que funcionan en viviendas, puestos
callejeros, redes sociales o locales pequeños. A pesar de su escala, cumplen una función
empresarial plena: generan ingresos, resuelven necesidades, y muchas veces crean
empleo.
Durante el último año, el número de micronegocios creció un 2,1%, y sus ingresos
aumentaron un 13,2%. Aunque el empleo en este segmento cayó ligeramente, estos
negocios siguen siendo una red de sustento clave para millones de familias colombianas.
Este universo es diverso: incluye desde profesiones liberales hasta confecciones,
panaderías, talleres, peluquerías, recicladores y consultores independientes. La mayoría no
figura en registros oficiales, pero su impacto económico y social es innegable.
Un caso emblemático dentro de esta economía popular es el de los tenderos de barrio. Son
parte esencial de la vida cotidiana de millones de personas. El 96,5% de ellos pertenece a
los estratos 1, 2 y 3, el 64,7% son mujeres, y el 82% es propietario de su local. Además,
casi el 40% lleva más de nueve años con su tienda abierta. Estas cifras reflejan la
estabilidad, el esfuerzo y la resiliencia de este grupo, que sostiene el abastecimiento, la
seguridad alimentaria y el tejido social en cientos de barrios del país. Sin embargo, también
enfrentan dificultades: más del 60% no cotiza a seguridad social, el 53% ha visto caer sus
ventas y muchos consideran cerrar por el alza en servicios públicos, la baja rentabilidad o la
presión fiscal.
La informalidad no debe ser sinónimo de marginalidad. El DANE estima que la economía no
observada —aquella que incluye unidades informales, producción para el autoconsumo, y
actividades económicas fuera del radar institucional— representa el 24,4% del total de la
producción y el 29,9% del valor agregado en Colombia. Esto indica que hay una gran parte
de la economía que sí produce, sí genera ingresos y sí mueve el mercado, aunque no esté
formalizada. Reconocer este tejido es esencial para diseñar políticas públicas efectivas.
Formalizar no es solo cumplir un trámite. Es crear condiciones para que más negocios
puedan crecer, acceder a crédito, mejorar sus capacidades, y generar empleo digno.
Requiere reducir barreras, eliminar la estigmatización y acompañar procesos de transición
productiva.
Colombia es, sin duda, un país de empresarios. Aunque muchos no se reconozcan como
tales. Desde la tienda en el barrio hasta el micronegocio ambulante, desde el
emprendimiento digital hasta la sociedad consolidada, todos forman parte de una red
productiva que sostiene a millones de hogares y dinamiza las economías locales.
Necesitamos cambiar la forma en que hablamos del empresariado. No se trata solo de
impulsar startups o fomentar la innovación tecnológica —que también son valiosas—, sino
de reconocer la importancia del pequeño, del persistente, del que construye en condiciones
adversas y no se rinde.
Este país no solo está hecho de emprendedores. Está hecho de empresarios silenciosos
que, sin pedir aplausos, hacen lo que muchos no se atreven: sacar adelante un negocio, por
pequeño que sea, todos los días.
Fecha: Marzo 26, 2025
Por: Kendell A. Piñeros Haiek, CEO de KPH Consultores SAS
Bibliografía: Confecámaras, La República, DANE